En esta Navidad, y conociendo el inmenso amor de Dios, podemos llevar una vida cristiana sencilla, sin aparatosidad, con entrega, haciendo que nuestros hogares sean –como decía San Josemaría– “luminosos y alegres”.
Por Dirección de Comunicación. 23 diciembre, 2019.Artículo escrito por la profesora Julissa Gutiérrez
En el curso “La familia en la historia”, que he impartido a alumnos de Derecho y Ciencias Económicas y Empresariales, me propuse que conocieran, además de los procesos históricos que han influido en el desarrollo de la familia, la historia familiar de cada uno de ellos, en aspectos varios como: sus orígenes, su constitución, las fiestas y tradiciones familiares que viven con arraigo. Entre estas últimas, una de las vivencias que ninguno ha dejado de mencionar ha sido la Navidad.
Todos, sin escatimar palabras, han llenado páginas describiendo con entusiasmo cómo viven la Navidad. Uno de los aspectos que más han enfatizado ha sido el de la unión familiar que viven para celebrar el nacimiento del Hijo de Dios. Así, en torno a este hecho, cada uno detalla las actividades que suelen hacer juntos, en familia como: armar el belén, preparar y disfrutar una rica cena; contarse experiencias; ir juntos a la misa del gallo: “cuando era niño no me hacía mucha gracia acompañar a mi abuelita, a la misa, pero ahora ya le encuentro sentido”, comentan.
El entusiasmo, con que estos 75 jóvenes han descrito esta festividad, conduce a pensar que, a veces, somos muy pesimistas al asumir que el ambiente consumista ha ganado la batalla, que los valores navideños se han alterado; pero, no es así.
Nos toca a los adultos seguir transmitiendo el verdadero sentido de la Navidad: el inmenso Amor de Dios para todos, tan grande que nos entregó a su Hijo. En torno a esta verdad podemos llevar una vida cristiana sencilla, sin aparatosidad, con entrega, haciendo que nuestros hogares sean –como decía San Josemaría– “luminosos y alegres”.